“Prendan
la luz que es diciembre” repite la propaganda oficial, fastidiosa,
machacona. Pero luz no hay, y diciembre tampoco. El colapso del Metro
hace que, como zombies, los caraqueños caminen en la oscuridad al final de la
jornada, porque en estos tiempos anochece más temprano en calles sin alumbrado,
atestadas de basura y sin camionetas de transporte público. Sombrío,
frio, nublado empezó el último mes del año. El asunto no es climático. Es
económico. Es social. Es de sentido común: Hay hambre, hay miedo, hay
rabia. En las calles y en las casas. En estómagos y corazones.
La macro
economía y la micro economía se unen en una sola tortura: el cambio ilegal
llegó a más de cien mil bolívares por cada unidad de la divisa innombrable, y
la leche en polvo llegó a casi un millón de bolívares por kilogramo. Los
centros comerciales parecen funerarias, por lo tristes, y las funerarias
parecen joyerías, por sus precios.
El
régimen planificó y programó con cuidado este anti-diciembre que desde hace
tres días transcurre. Meses atrás lanzamos el alerta: “¡Lo que viene es
hambruna…!” No hacia ser falta ser vidente. Investigamos y sabíamos lo
que estaba pasando en el rebaño vacuno nacional, diezmado por la aftosa; Sabíamos
que al no haber maíz amarillo ni soya para el alimento concentrado de pollos y
gallinas ponedoras, no habría tampoco pollos ni huevos; Sabíamos de la
reducción de la superficie sembrada en todos los rubros agrícolas, porque el
gobierno no importó la semilla suficiente y la que importó fue de mala calidad,
lo que reduce el rendimiento por hectárea, y porque no había ni pesticidas ni
insumos para sembrar ni vialidad para sacar la exigua cosecha. Lo supimos
y lo dijimos; Lo sabían los productores, y lo denunciaron; Lo sabía
la dirección opositora y no hizo caso de la crisis económica y social,
enfrascada como estaba en la pugna jurídico-política; Lo sabía el gobierno, lo
sabe bien, porque esta destruyendo el país a conciencia.
“Yo
he pagado puntualmente la deuda externa”, se vanagloria Maduro, como si fuera
una virtud haber endeudado al país de manera opaca e improductiva justo cuando
el régimen nadaba en un mar de petrodólares. Pero además no dice que para
pagar esa deuda ha realizado la más drástica y brutal contracción en las
importaciones que se haya hecho nunca desde que empezó la era petrolera en
Venezuela. El hecho de que esa contracción de importaciones se haga después de
haber destruido el aparato productivo interno explica porque hoy no hay alimentos
ni medicinas.
Para
intentar vender mentiras el régimen recurre a acelerar la emisión de dinero sin
respaldo. Por eso es que Maduro anuncia que va a “regalar” un “ticket de
4 millones para comprar juguetes” a quienes tengan en su bolsillo el carnet que
los acredita como siervos socioeconómicos del Estado. Dinero inorgánico para
comprar juguetes inexistentes, porque nadie ha podido producirlos o
importarlos. “La inflación es inducida”, gritaba el gobierno hasta hace
poco. Hoy se sabe que al menos en eso dicen la verdad: ¡La hiperinflación
es inducida, inducida por ellos!
A última
hora una fuente oficial confirma lo que todos sabemos: Petróleos de Venezuela
esta destruida por una red de delincuentes y saqueadores rojos-rojitos. La
misma red, por cierto, que fue denunciada desde hace más de un año por la
Asamblea Nacional, y que en su momento fue protegida por el Ejecutivo Nacional
y por el Tribunal Supremo de “Justicia”. El país sabe que esto no es
“lucha contra la corrupción” sino un ajuste de cuentas entre bandas en
pugna. Y sabe además que, con una PDVSA destruida, será mucho más difícil
el proceso de reconstrucción de la economía, de la convivencia y de la
estabilidad en el país.
Esa es la
angustia de los pacientes transplantados, de los pacientes renales, de los que
luchan contra el cáncer, de los que luchan contra la hemofilia o contra muchas
otras dolencias catastróficas, condenados a muerte por falta de medicinas.
Ese es el
dolor de los nidos vacíos, de esos hogares venezolanos hoy sin hijos y sin
nietos, apartamentos y casas que súbitamente se volvieron demasiado grandes,
llenas de vacíos y de silencios por la emigración forzada.
Ese es el
dolor de los venezolanos víctimas de la malaria o aterrados por la difteria,
indignados por las insólitas declaraciones de un ministro de la “salud” en las
que habla de una jornada de aplicación de una inexistente vacuna contra la
malaria, mientras la vacuna contra la difteria si existe pero no se encuentra.
Ese es el
dolor de los padres y madres de familia que vimos como en 18 años pasamos de
tener aquel país en el que los “niños de la calle” pedían propinas en los
semáforos, a este país en el que los “niños de patria” literalmente mueren de
hambre en calles y hospitales.
Ese es el
dolor de quienes vemos como pasamos de aquel país en el que los perros
callejeros rompían en las noches las bolsas de basura, a este país en el que
los indigentes se comen a los perros callejeros…
Ojalá que
el régimen y la dirección opositora entiendan el dramatismo de esta hora
venezolana. No es la continuidad del régimen o el acceso de la oposición al
poder lo que esta en juego. El colapso que esta a punto de ocurrir puede
devastar al país, acabar con gobierno y oposición y sumir lo que quede de
Venezuela en una noche oscura y feroz, con la factura petrolera (disminuida
pero siempre apetecible) en manos de los pranes del crimen político, y con la
vida cotidiana del venezolano en manos de los pranes del delito común, que ya
hoy ejercen control territorial en extensas zonas.
Evitar
ese panorama horrendo aun es posible. Pero el tiempo se acaba. Es
necesario entonces que el país que estudia y trabaja, el país que investiga y
se esfuerza, el país que hace arte y deporte, eleve su voz y haga presión.
Presión popular, presión ciudadana, legítima y pacífica, para que en vez de
caer al abismo de la destrucción y la violencia, Venezuela pueda elevarse por
encima de la incompetencia y la corrupción del gobierno y también por encima
del egoísmo y la inmadurez que a veces atrapa a la dirigencia de la oposición.
Claro que se puede. ¡Palante!