“Te quiero en mi paraíso
es decir que en mi país
la gente viva feliz
aunque no tenga permiso”
Mario Benedetti
Los que tienen la edad necesaria recuerdan las caras de campesinos en la Rusia de Stalin, encaramados trabajosamente en tractores inservibles, realizando penosas tareas en campos agrestes, mientras sus rostros exhibían sonrisas beatíficas en imágenes que parecían cuadros al óleo, expresiones del más puro y mediocre “realismo socialista”; o las de los “médicos descalzos” chinos, precursores de nuestros actuales “médicos integrales comunitarios”, muchachas y muchachos que -tras recibir una inducción elemental, superficial, insuficiente- eran lanzados a los campos de la China profunda a curar enfermedades que terminaban acabando con las propias vidas de esos curanderos “socialistas”, tan huérfanos de conocimientos como de medicinas. Ellos también aparecían en revistas de propaganda del régimen maoísta exhibiendo sonrisas que en el capitalismo hubieran utilizado para un comercial de dentífrico; O las de los “macheteros” cubanos que participaron en la famosa “zafra de los 10 millones”, sudorosos pero sobre todo sonrientes, como si doblar la espalda bajo el sol inclemente de los cañaverales antillanos fuera una sesión de bailoterapia y no una durísima práctica que sacaba lágrimas al experto y sangre al novato…
“SE VEN LAS CARAS, VAYA, PERO NUNCA EL CORAZÓN…”
Esas tres situaciones históricas tienen en común dos dimensiones. Por un lado, las tres fueron sonados fracasos del comunismo: Ni la Unión Soviética fue capaz de producir los alimentos necesarios para sobrevivir, porque la dictadura económica del Partido Comunista privilegiaba el gasto militar por encima del esfuerzo productivo (¿les “suena” familiar?); Ni la China Comunista pudo resolver sus masivos problemas de salud pública “improvisando” profesionales (¿les “suena” también?) y por último la “zafra de los 10 millones”, esfuerzo en que el voluntarismo irresponsable de Fidel Castro hizo concentrar todos los recursos y esfuerzos de esa sociedad, no sólo no llego a la meta, sino que desmanteló todas las demás áreas de la vida económica de la isla para satisfacer el capricho del Caudillo (insisto, ¿les “suena”?), para desgracia de ese pueblo.
La otra dimensión que le es común a estas tres desgracias que el comunismo perpetró contra esos pueblos en nombre de la “suprema felicidad colectiva” es precisamente eso, la “cara de felicidad” que estaban obligados a poner rusos, chinos y cubanos mientras veían como sus respectivos países se hundían en la locura y el atraso, mientras presenciaban como sus propias familias se hundían en la pobreza, la enfermedad y la muerte. Regímenes totalitarios al fin, allí la sonrisa era obligatoria, la “felicidad” un asunto de Estado, de compulsión burocratica, de directiva ministerial. No sonreír cuando el gobierno quería era correr el peligro de que el régimen te considerara parte del “enemigo interno” (una vez más, ¿Les “suena” familiar?), con todas las consecuencias que eso podía conllevar: persecución, enjuiciamiento, prisión, muerte… como suele ocurrir, pues, en esas sociedades donde la administración de justicia no es un poder independiente y donde jueces y fiscales reciben “órdenes” de mandatarios convertidos en mandones.
LA FELICIDAD COMO DERECHO, NO COMO “OBLIGACIÓN”
En la Venezuela que esta semana conoció, entre pitos y rechiflas, la creación de un “Vice Ministerio para la Suprema Felicidad del Pueblo”, vive una compatriota llamada Alicia Rengifo. Ella sobrevive en San Vicente, cerca de Las Maravillas, Municipio Buroz del Estado Miranda, Barlovento. A ella le mataron un hijo y un hermano, y denuncia que sus asesinos son una banda de delincuentes que recibió un crédito del gobierno nacional, concretamente del oficialista “Movimiento Por la Paz y la Vida”. Alicia dice que su familia y el pueblo completo están aterrorizados, porque (tras los delincuentes haber recibido el dinero del gobierno) ahora éstos tienen un armamento moderno, más poderoso y letal, con el que asesinan civiles y con el que incluso han tiroteado policías “que no pueden hacer nada porque el viceministro” (no el de la Felicidad, aclaramos, sino el del Interior y Justicia, José Vicente Rangel Avalos) “habria presuntamente autorizado a la banda supuestamente pacíficada a ser ellos los garantes del orden en el sector Las Maravillas, y por eso la policía de verdad no puede entrar allí…”.
A horas apenas de hacer sido anunciada la creación del “Vice Ministerio de la Suprema Felicidad del Pueblo”, otra mujer venezolana, Emily Camargo, supo lo que esa expresión significaba. Junto a su familia y otras 149 familias más de diversas localidades del Estado Vargas tomaron la madrugada del viernes 25 de octubre una edificación construida por la Gran Misión Vivienda Venezuela en Tanaguarena. Protestaban de esa manera por el hecho de que tales viviendas vienen siendo asignadas en proporción importante a familias que provienen de otras partas del país, mientras en Vargas hay personas en condición de damnificadas literalmente desde la tragedia de 1999. Esa madrugada el gobierno estrenó en Tanaguarena un novedoso instrumento para dispensar “suprema felicidad” al pueblo: Bates de beisbol. No se confundan, no fue que donaron implementos deportivos para apaciguar la protesta. Lo que pasó en esa madrugada que Emily no olvidara jamás fue que, para desalojarlos de la edificación, la policía de este gobierno “humanista” y “socialista” le entró a batazos a mujeres, ancianos y niños, lanzaron a damas por las escaleras y a una muchacha que pretendió grabar en video con su teléfono celular el atropello le destrozaron el aparato, la golpearon y vejaron. Al menos, ese es el testimonio que Emily dio en vivo a través de la radio, con voz trémula en la que había asombro, sí, pero no miedo…
POR UN PAIS DE REALIDADES, NO DE CONSIGNAS
Los venezolanos queremos una Venezuela en la que millones de mujeres como Alicia Rengifo y Emily Camargo no tengan que sobrevivir en medio del terror. Un país donde el Estado esté al servicio de la gente, y no al revés. Donde la felicidad sea una realidad y no una consigna.
Los venezolanos queremos un país en el que podamos ser felices sin permiso ni ministerio. Y lo vamos a lograr.
¡Palante!