Los actores políticos
suelen querer "victorias". Los
ciudadanos de a pie suelen exigir soluciones. No siempre el esfuerzo de los
menos por lograr triunfos está conectado con la necesidad de los más por
encontrar alivio. Por eso el análisis de la actual crisis nacional llega a
conclusiones tan distintas cuando se hace no desde la óptica de los bandos en
pugna, sino desde el dolor de la gente.
Para la inmensa mayoría
de los venezolanos, las explicaciones del régimen sobre causas y culpables de
la crisis no son creíbles. Sobre este punto coinciden ampliamente la calle y
los sondeos de opinión: La "guerra económica" es una tesis que el
país jamás compró, y la masiva desaprobación de Maduro es un indicador claro de
a quién el país considera culpable del desastre. La razón de esto es sencilla:
Es muy difícil, hasta para el chavista que más idolatre la memoria de su líder
fallecido, darle crédito a la palabra de un burócrata que le exige
"lealtad", "disciplina" y sobre todo
"paciencia"... mientras exhibe obscenamente su riqueza mal habida.
Para Maduro el problema
es cómo sobrevivir aferrado al poder la mayor cantidad de tiempo posible, sea
al precio que sea -con tal de que ese precio lo paguen otros-. Para
el ciudadano de a pie, incluyendo a los chavistas, el problema es que mientras
Maduro este en el poder el país no tendrá confianza, ni trabajo, ni seguridad.
"Una contradicción antagónica", como dirían los viejos comunistas.
Pero Maduro quiere
"su" victoria. Quiere imponer su constituyente, esa parodia que -al
violar el principio democrático universal "un ciudadano, un voto" y
al violentar groseramente el principio constitucional de la representación
proporcional- se condenó a sí misma a la ilegitimidad absoluta. En el supuesto
negado de que el madurismo consiga esa victoria, las soluciones que reclama el
pueblo llano no llegarán, porque lograrlas implica una capacidad técnica, una
calidad política y una honestidad administrativa que el madurismo ni posee ni
puede improvisar. La crisis le estallaría en la cara, como ocurrió el pasado 17
de diciembre de 2016 por el absurdo retiro del billete de a cien, pero esta vez
el estallido estaría referido a la debacle económica y social que se producirá
cuando en pocos meses ese régimen tenga que escoger entre caer en default o
reducir casi a cero las importaciones, opciones ambas catastróficas para el
pueblo llano. Y en ese escenario el madurismo no podría evadir su
responsabilidad o "repartir culpas", porque se encontraría en la
soledad de un supraconstitucional poder absoluto...
Dicho en pocas palabras,
en el supuesto negado de que el madurismo logre en 40 días la victoria que
quiere, muy probablemente tendrá en 130 días el colapso que merece.
Esta conclusión sobre lo
improbable e indeseable de una hipotética victoria madurista quizá haga sonreír
de satisfacción a más de un opositor. Pero antes que
empiece el triunfalismo, es prudente que se tomen en cuenta algunos asuntos por
resolver.
Ciertamente, el hecho de
que la determinante mayoría del país ubique a Maduro, a su régimen y a su
proyecto político como los culpables directos del hambre, la violencia y la
muerte, convierte a la oposición en convocante eficiente de las protestas de
calle y en favorito obvio de los sondeos de opinión. Pero transformar la opción
de poder en poder efectivo pasa por lograr la victoria, poder defenderla y
saber ejercerla. Y esto a su vez depende de que la victoria opositora no sea
una versión amarilla, anaranjada, azul o blanca del concepto chavista del
triunfo político.
En efecto, la pretensión
de "ganar al estilo Chavez" (el ganador se lo lleva todo, el juego
"suma cero") no es exclusiva de Maduro y su constituyente
inconstitucional. La también inconstitucional idea de las "elecciones
generales" esconde esa misma ambición rojiza: Si bien ya casi todos los
venezolanos estamos de acuerdo en que el régimen que padecemos es alguna
variante de dictadura, esta dictadura sería una modalidad bien peculiar si
llegara a aceptar, por mera presión social, la realización de 335 elecciones
municipales, 24 elecciones regionales y una elección nacional, comicios que en
el escenario actual perderían -casi todos- por paliza.
Más difícil que lograr
una "victoria" opositora en esos términos sería construir, a partir
de un "triunfo" así obtenido, la gobernabilidad indispensable para
reconstruir la economía, la convivencia y la institucionalidad de esta Venezuela
devastada por 18 años de sectarismo pugnaz y saqueo masivo. En
el supuesto poco probable de que la oposición acceda al poder mediante el
simple aplastamiento electoral de su adversario ("elecciones
generales"), construir las soluciones que el pueblo requiere con urgencia
se dificultaría gravemente, pues para sacar adelante este país hace falta hacer
una excelente gestión de gobierno, y para ello es indispensable tener un marco
de estabilidad política, seguridad jurídica, confianza económica y paz social,
algo difícil de alcanzar si no se entiende que una cosa es desalojar al
madurismo del poder y otra muy distinta es pretender gobernar con todo el
chavismo en beligerante oposición.
Como reiteradamente ha
advertido el Padre Luis Ugalde, si la oposición gana pero el nuevo poder no
tiene la base de apoyo necesaria y el plan que haga posible ese apoyo,
"ese nuevo gobierno no duraría ni tres meses".
Para pasar de la actual
confrontación a la estabilidad necesaria para reconstruir hay
que tener un gobierno respaldado por sólidas alianzas en lo político, si, pero
también en lo económico, lo social y lo militar. Y
una realidad así no nace de ganar un "juego suma cero", sino de una
transición que incorpore al proceso democratizador (no necesariamente al
gobierno, pero si al pacto político de estabilización del país) a todos los
factores indispensables, algunos de los cuales están hoy vinculados a la órbita
del régimen decadente. Como se ve, entonces, el "como" se llegue a la
victoria y la forma en que esa victoria se ejerza son fundamentales para que la
nueva realidad sea políticamente viable y socialmente sostenible.
Procesar la crisis desde
las necesidades y urgencias de las víctimas, desde el dolor de los pobres de
siempre y desde la rabia de los empobrecidos de ahora, nos lleva entonces a
conclusiones distintas a las de los actores políticos tradicionales: Maduro
solo quiere atornillarse en el mando, y en la acera de enfrente algunos sólo
muestran impaciencia por sustituirlo. Pero el país no sólo necesita otro gobierno,
sino además que ese gobierno sea, de verdad, distinto. No basta con vencer al
madurismo: Además hay que vencer la forma madurista de hacer política, el
"juego suma cero". Para
eso hay que vencer la constituyente fascista y superar la "épica"....
para eso hay que construir la transición.
¡Palante!