El 11 de marzo de 2017, a las 11 de la mañana, cumplimos el compromiso que voluntariamente habiamos adquirido: Rendir cuenta pública de nuestra gestión al frente de la Secretaría Ejecutiva de la Mesa de la Unidad Democrática.
Un evento convocado unicamente a traves de las redes sociales, sin "maquinaria"
ni "nómina de organismos" para llenar asientos, se dió a casa llena.
Allí, entre el afecto y el compromiso ciudadano de centenares de demócratas, leimos este mensaje:
Acudo
hoy ante el pueblo venezolano para hacer lo que siempre he reclamado: Que aquellas personas que han ocupado
posiciones de cierta responsabilidad pública rindan cuenta de su gestión. Hoy, cuando las circunstancias de la vida
política y social me colocan exactamente en esa situación, a eso vengo: A
rendir cuenta.
Desde septiembre de 2014, cuando por unanimidad fui
designado Secretario Ejecutivo de la Mesa de la Unidad Democrática, informé al
país cada madrugada a través de la radio y de las redes sociales las decisiones
tomadas, las razones de las mismas y los objetivos que estas procuraban. Ese ejercicio culminó el pasado viernes 17 de
febrero, cuando hice del conocimiento de los venezolanos un conjunto de
acuerdos, adoptados también por unanimidad, que establecen un nuevo mecanismo
de dirección de la MUD fundamentado en una coordinación colectiva, una
estructura de relación entre el liderazgo político y la sociedad civil y una
vocería política ejercida por los partidos.
Me toca entonces hoy no hacer un
balance, porque el mismo corresponde al país, sino un inventario de lo logrado
y también de lo que aun es necesario alcanzar.
En
el lapso septiembre-diciembre del año 2014 logramos reunificar la oposición,
entonces amargamente escindida en dos sectores al borde la fractura. Evitar esa ruptura y repotenciar la idea
misma de la Unidad fue vital para abordar los retos del 2015. Entonces parecía una apuesta improbable. Pero
lo intentamos y, con el concurso de muchos, lo logramos.
En
2015 nos tocó enfrentar dos enemigos muy poderosos: El ventajismo corrupto y represivo del
régimen, por un lado, y el escepticismo desmovilizador de un importante sector
de la sociedad democrática, por otro.
Habiendo recuperado en el último trimestre del 2014 la unidad
partidista, era necesario luego recuperar la confianza del país opositor,
lograr el apoyo de millones de chavistas decepcionados y cohesionar una
maquinaria social y partidista capaz de derrotar al régimen en su propio
terreno, con sus propias normas y hasta con su propio Consejo Nacional
Electoral.
Para
conseguir eso diseñamos un plan que hicimos público el 23 de Enero del 2015,
en acto realizado fuera de la zona de confort tradicional de la oposición,
desde lo más alto de Petare. Ese plan obtuvo las tres victorias esperadas: En mayo realizamos exitosamente las
elecciones primarias de la oposición, en agosto logramos el acuerdo que nos
permitió la tarjeta única, y en diciembre arrasamos en las elecciones
parlamentarias, obteniendo la victoria electoral más grande de toda la historia
política venezolana: Dos terceras partes
del parlamento nacional.
Todo eso lo logramos porque tuvimos una unidad recuperada,
un plan común y una dirección colectiva, y además porque logramos una alianza
social que hasta entonces había sido esquiva: la alianza entre los pobres de siempre y los empobrecidos de ahora,
entre la urbanización y el barrio, entre la clase media y los sectores
populares.
Esta victoria inmensa de la estrategia electoral, pacífica,
constitucional y democrática obtenida al cierre del 2015, generó en 2016 un
gran capital político, que se expresó en un incremento sustancial del apoyo
nacional e internacional a la lucha de los demócratas venezolanos. El porcentaje de los ciudadanos que en el
país demandaban la salida del régimen subió de 56 % en diciembre de 2015 a 80%
en febrero de 2016. Gobiernos y organismos internacionales que hasta entonces
no eran sensibles a la lucha del pueblo venezolano empezaron a variar su
postura y a apoyar en forma creciente nuestras demandas de democracia y
libertad. A la luz de los hechos, resulta evidente que ese inmenso capital
político no fue administrado con eficiencia y responsabilidad.
En
efecto, se produjeron en 2016 dos dinámicas, simultáneas y contradictorias: Mientras en el país y en el mundo crecía el
apoyo a la Mesa de la Unidad Democrática, al interior de la alianza afloraron
contradicciones entre partidos y liderazgos.
Mientras los venezolanos vivieron una auténtica epopeya ciudadana,
firmando, validando sus firmas, marchando y protagonizando jornadas tan
memorables como la Toma de Caracas del 1ro de Septiembre y la Toma de Venezuela
del 26 de Octubre, al interior de la alianza democrática discrepancias entre
agendas particulares hicieron mayor la distancia entre la lucha de los
venezolanos y la victoria que esa lucha merecía.
Episodios como las diferencias generadas por la competencia
interna por la presidencia de la Asamblea Nacional en el año inaugural de la
actual legislatura, la ausencia de consenso para establecer una única hoja de
ruta para lograr el cambio de gobierno, la imposibilidad de designar para el
Referendo Revocatorio un comando de campaña unitario como el que
victoriosamente funcionó para las elecciones parlamentarias y finalmente la
inexistencia de una estrategia unitaria para defender el Revocatorio del
secuestro perpetrado por el Régimen, hicieron posible que el gigantesco apoyo
nacional e internacional de que gozó la lucha opositora durante los tres
primeros trimestres de 2016 se disipara en el último trimestre de ese año,
dejando en buena parte de los venezolanos una mezcla de desconcierto, decepción
y renovado escepticismo.
Hay
que reconocer con coraje que tras el despojo del Referendo Revocatorio la
Unidad Democrática se quedó sin política, y en su lugar
algunos sectores e individualidades sólo
atinaron a esgrimir iniciativas que, aunque discutibles, fueron poco debatidas: La “marcha a Miraflores”, el llamado “Juicio
Político al presidente” y la “declaratoria de abandono del cargo”. Una marcha no es una estrategia, el “juicio
político” no existe en la Constitución y la falta de eficacia política del
llamado “abandono del cargo” hoy salta a la vista. Es evidente que la sociedad
democrática venezolana sigue necesitando diseñar y ejecutar unitariamente una
estrategia que logre convertir en poder político la sólida mayoría social que
indudablemente somos.
Capítulo
aparte merece el llamado “proceso de diálogo” que se realizó del 30 de octubre
al 6 de diciembre de 2016:
Necesario es recordar que fue la Mesa de la Unidad Democrática la que
POR UNANIMIDAD de sus miembros solicitó la inclusión de El Vaticano como
facilitador en el proceso de diálogo nacional.
Habiéndose producido el secuestro del Referendo Revocatorio el 20 de
Octubre y el asalto de grupos violentos a la Asamblea Nacional el 22 de ese
mes, la llegada a Caracas del primer enviado del Papa, Monseñor Emir Paul Tscherrig, el lunes 24 de octubre fue considerado
entonces como algo providencial. Cuando se supo además que en la tarde de ese
lunes 24 Nicolás Maduro haría escala en Roma y que sería recibido por el propio
Papa Francisco, un grupo de relevantes partidos de la MUD consideró “muy
importante” asistir a la reunión pautada para la noche del lunes 24 de octubre
con el representante del Papa, los expresidentes invitados por UNASUR y los representantes del régimen… pero ninguno quiso enviar un representante de
su partido, por temor al “costo político” que tal asistencia pudiera generar en
la opinión pública.
Fue
así como ese grupo de partidos comisionó al Secretario Ejecutivo para que, en
solitario, representara a la MUD en tal reunión. La instalación formal del
proceso de diálogo se produjo cinco días después, el sábado 30 de octubre a las 8 de la
noche. El país tiene derecho a saber que
la decisión opositora de asistir a esa
reunión y a ese proceso se tomó apenas media hora antes, a las 7:30 pm de ese
mismo sábado 30.
Estos detalles son relevantes por una
razón esencial: Al evaluar
la experiencia de diálogo intentada en Venezuela entre el 30 de octubre
y el 6 de diciembre de 2016, es evidente que la razón fundamental de su fracaso es el incumplimiento del
régimen, y otra razón muy importante para su desafortunado desenlace es una
grave falla de diseño del proceso mismo, al no prever mecanismos para
garantizar el seguimiento y cumplimiento de los acuerdos. Pero hay una tercera razón de ese fracaso,
hasta ahora no reconocida, explicada ni asumida: El diálogo fracasó también porque la
oposición llegó al mismo sin tener claridad ni consenso alrededor de que
objetivos buscaba en ese proceso, y el mismo fue asumido sin el necesario apoyo
técnico y respaldo profesional, a pesar de que ese apoyo existía y estaba disponible.
Esto
es necesario tenerlo claro porque la construcción de una solución democrática a
la espantosa crisis nacional va a requerir que los venezolanos ejerzamos con
determinación y valentía nuestro derecho constitucional a la protesta pacífica
de calle, pues motivos para protestar de manera contundente y democrática son
hoy innumerables. Pero al lado de esa
protesta enérgica y pacífica debe haber también una negociación política
asertiva, transparente, asumida con coraje de estadistas y no con melindres de
precandidatos, una negociación política que haga posible la transición a la
democracia. Para que eso sea factible es
indispensable aprender de los errores de la experiencia del diálogo frustrado
de 2016, y la única forma de aprender de los errores es asumiéndolos. Eso es
lo serio, lo responsable, y Venezuela no merece menos.
Por todo esto plantee desde noviembre
de 2016 la necesidad urgente de reestructurar la Mesa de la Unidad Democrática, para superar las
razones que llevaron a la dirección opositora venezolana a diluir el inmenso capital
político de que dispuso. Las victorias
de la Unidad en el 2015 fueron desaprovechadas en 2016 por los errores de las
agendas particulares; Los logros de la dirección colectiva del 2015 fueron
desaprovechados en el 2016 por el personalismo y los tics candidaturales; Los
éxitos del “gradualismo” en el 2015 fueron sustituidos por las decepciones que
generó el inmediatismo en el 2016. Más
que un cambio facial o cosmético, la reestructuración de la MUD debe retomar el
camino de triunfos del 2015 y evitar el circulo vicioso de expectativas infladas
y frustraciones terribles que caracterizó el 2016.
A
estas alturas, repito lo que he dicho numerosas veces: Todos los logros alcanzados son patrimonio
del pueblo en lucha, de la ciudadanía movilizada, de los partidos democráticos
y de sus dirigentes. Como coordinador y
vocero que fui de la alianza, asumo la responsabilidad de todas las
fallas. Zanjado así el problema que a algunos
paraliza, de la “culpabilidad” y sus costos, como ciudadano y como demócrata llamo
a toda la sociedad democrática a hacer bien lo que hay que hacer para construir
un camino seguro para superar la crisis, vencer al régimen, lograr un nuevo
gobierno y reconstruir la Nación, y en esa dirección me permito sugerir diez
puntos concretos:
1.
Asumir, respetar y proyectar a la Mesa de la Unidad Democrática como dirección
política de la sociedad democrática venezolana y no sólo como alianza electoral.
2. Definir y
consensuar una estrategia común que establezca el tipo de transición a la
democracia, el modelo de Gobierno de Unidad Nacional tanto para la transición
como para los siguientes períodos constitucionales ordinarios, y el Proyecto de
Reconstrucción Nacional que esos gobiernos van a aplicar.
3. Asumir la
promoción y conducción de la CALLE SOCIAL, esto es, la lucha de los venezolanos
contra el hambre, contra la falta de medicinas y en demanda de seguridad, y orientar esa lucha a la exigencia del cambio
político urgente.
4. Asumir la
promoción y conducción de la CALLE ELECTORAL, esto es, realizar las elecciones
primarias de la oposición y poner en la calle a miles de candidatos a
gobernadores, alcaldes, diputados regionales y sus equipos a exigir elecciones y a
encabezar las luchas del pueblo.
5. Aprovechar las
elecciones primarias para consultar a la población sobre aspectos esenciales de
la estrategia y la táctica democrática, para que además de elegir candidatos tales
candidatos tengan un mandato claro del pueblo opositor.
6. Promover,
conjuntamente con la lucha de calle, la lucha institucional y el cerco
internacional, un proceso de negociación política asertivo y transparente, que
viabilice la transición pacífica a la democracia.
7. Optimizar la
relación con la mayoría que está contra Maduro pero que hoy es escéptica sobre
el liderazgo opositor, con el pueblo que fue chavista y con el chavismo no
madurista
8. Definir una
política clara, respetuosa, constitucional y republicana sobre el rol
institucional de la Fuerza Armada Nacional en la transición a la democracia y
en todo el proceso de reconstrucción nacional, basada en las previsiones
establecidas en el artículo 328 de la Constitución de la República Bolivariana
de Venezuela.
9. Definir una
política clara hacia los actores económicos, trabajadores y empresarios, basada
en el respeto y promoción de la propiedad privada y de la libertad de trabajo.
10. Articular
coherentemente la inmensa solidaridad internacional con la lucha democrática
del pueblo venezolana.
Ese es el reto. Nuestro
compromiso es, para lograr esos objetivos, seguir apoyando a TODO el liderazgo democrático… entendiendo que
ningún liderazgo debe ser más importante que sus partidos, porque vencer el
chavismo como anticultura política pasa por superar el modelo de liderazgo
caudillista y sustituirlo por el liderazgo colaborativo; Nuestro
compromiso es seguir apoyando a TODOS los partidos democráticos…
entendiendo que los partidos son instrumentos del ciudadano para participar en
política, es decir, los partidos deben expresar y representar a los ciudadanos,
no sustituirlos; Nuestro compromiso es
seguir promoviendo, de abajo hacia arriba, la organización y activación de los
movimientos sociales autónomos, gremiales, laborales y comunitarios.
Para enfrentar ese
reto y asumir ese compromiso hemos decidido transformar lo que alguna vez fue
sólo un voluntariado electoral en una alianza de organizaciones populares, en
una red de líderes comunitarios y en una plataforma de servicios para apoyar a
todo aquel que esté en lucha por sus derechos, sin importar a que partido,
sindicato, comunidad o gremio pertenezca.
Esa alianza, esa red, esa plataforma solidaria es LA FUERZA ES LA UNIÓN. Y
desde allí seguiremos luchando, desde el activismo social y la comunicación
popular, como humildes militantes de la Unidad, por la justicia social, la libertad y la
democracia.
Ahora más que nunca… ¡Fuerza,
Venezuela! Porque, como dice nuestro himno nacional, “compatriotas fieles, ¡La
Fuerza Es La Unión!”