Un sector de la
población opositora no va a votar por un conjunto de razones no modificables en
el corto plazo: Desde la cultura
política autoritaria (de doscientos y tantos años de vida republicana, menos
del 25% tuvimos gobiernos civiles) hasta los errores de la propia dirección
opositora que hoy insinúa la participación (hace poco un “líder” dijo que “en
Venezuela estaba cerrada la salida electoral” y dos semanas después dijo que
“el candidato había que escogerlo entre él y Leopoldo López”…), pasando por
todas las maniobras y agresiones que el régimen perpetra para desestimular la
participación opositora, la escena esta
puesta para la repetición de los desastres del 15 de Octubre y del 10 de
diciembre, las más recientes “batallas” dirigidas por el mismo “Estado Mayor”
opositor que durante 2017 sepultó a la MUD para venir a exhumarla en este
inicio de 2018.
En octubre del 17, Maduro llevó a ese 25% del país que es rehén del “carnet de la patria” a votar, mientras que el mayoritario país opositor se quedo en su casa. A pesar de eso en Bolívar ganamos, el gobierno hizo fraude y Velásquez lo probó, pero la protesta no fue nacional. En otros cinco estados la oposición logró vencer al fraude, pero en vez de premiarlos la histeria opositora satanizó a cuatro de esos campeones, y el quinto consideró que era más “heroico” regalarle la gobernación al madurismo, favor que hoy sigue agradeciendo Omar Prieto. En diciembre del 17 unos partidos decidieron participar en las municipales y otros no. De los que decidieron “no participar” casi todos lanzaron candidatos “por debajo de cuerda”, con otras tarjetas. El resultado fue una confusión total que no fue culpa ya ni de Maduro ni de Lucena…
Eso ocurrió hace
menos de dos meses, y dentro de tres habrá otra elección, esta vez
presidencial. Lo que esta en juego no es
poco: Es la amenaza de prolongar por seis años más la actual agonía. Si Maduro logra reelegirse el éxodo que ya es
masivo se tornara generalizado. Después de eso este país será irreconocible, y la construcción de una resistencia social y
una alternativa política a la dictadura será muchísimo más difícil que ahora. Pero
ni eso hace cambiar los hábitos, los tiempos y la calidad de respuesta de la
clase política opositora, que al momento de escribir estas líneas (cuatro días
después de la convocatoria a elecciones por la írrita ANC) aun no ha tenido la
delicadeza de decir “esta boca es mía”, a pesar de que sobre el particular ya
se han pronunciado el Grupo de Lima, la Unión Europea, el Departamento de
Estado norteamericano, el gobierno canadiense, etc...
Lo que más
indigna de todo esto que es que es perfectamente posible frustrar los planes de
Maduro, derrotar su estrategia y obtener una victoria democrática
contundente. Es más: Nunca como ahora esa posibilidad había sido
tan clara.
Ciertamente, el
régimen esta totalmente aislado internacionalmente, e internamente es acusado
por el 70% del país de ser el culpable del empobrecimiento atroz. Pero el
obstáculo fundamental que la oposición enfrenta para llegar al poder no es el
régimen, ni su consejo nacional electoral, ni su tribunal supremo de justicia,
ni ese sector de la oficialidad contento de ser la Fuerza Armada “de la
revolución” y no de la Nación, ni los grupos paramilitares, ni los cubanos, ni
los rusos, ni los chinos… El principal adversario que tiene la dirección
política de la oposición venezolana es ella misma, mejor dicho, es su actual
incapacidad para definir una ESTRATEGIA COLECTIVA para alcanzar el poder y
ejercerlo.
Porque ese es el
punto: Hasta el 6 de diciembre de 2015
los partidos democráticos eran “oposición” a un régimen. Pero a partir de ese
momento el reto del poder se plantea con urgencia en el horizonte. Y la Unidad,
como alianza, no tenía (¡Ni tiene!) una estrategia de conjunto para llegar al
poder. Cada “candidato” tenía su propia
ruta a Miraflores, pero esas rutas eran personales, grupales, excluyentes, no
podían transformarse en LA ruta unitaria.
Fue así como en
2016 y 2017 la oposición partidista despilfarró el capital político generado
por la victoria democrática del 6 de diciembre del 2015, y es a partir de las
derrotas sufridas en esos dos años como se produjo el distanciamiento entre el
pueblo opositor y la dirección
partidista de la oposición. Es aprovechando
esa brecha como Maduro obtiene (oportunismo, ventajismo y fraude mediante…) los
tristes resultados del 15 de octubre y el 10 de diciembre de 2017. Es por eso también que convoca ahora a
elecciones presidenciales en el primer cuatrimestre del 2018, antes que la
oposición se recomponga y también antes que la hiperinflación se trague lo que
queda de su gobierno. Ese es el triunfo
que Maduro espera lograr gracias al voto del 25 % del país, amarrado por las
cadenas del hambre y del “carnet de la patria”, y también gracias a la
abstención del 75 % de los venezolanos, porcentaje que quiere cambio pero que
no se siente expresado ni representado en la actual dirección partidista
opositora, y mucho menos en sus candidatos…
Aun es posible,
sin embargo, evitar el desastre: Si los jefes de los partidos comprenden que
este no es su momento sino el momento de -entre todos- salvar al país, si todos
juntos le proponen a algún venezolano
que sea capaz de unir a todo el pueblo que asuma la responsabilidad de ser
candidato a presidir la transición, si unidos integran una maquinaria electoral
como la que tuvimos en el 2015, capaz de lograr en toda Venezuela lo que el 15
de octubre de 2017 logró Andrés Velásquez en el estado Bolívar, si se hace todo
eso, tenemos al menos una posibilidad de convertir las elecciones convocadas por la írrita ANC en
una operación en la que o ganamos o ganamos:
O ganamos las elecciones, por tener un candidato nacional independiente
capaz de darle un “abrazo de oso” al régimen y derrotarlo ampliamente, o nos
hacen trampa y tenemos nacionalmente la estructura necesaria para denunciar Y
PROBAR el fraude perpetrado.
Es decir: Podemos convertir esas elecciones en una
victoria de doble filo, pues o las ganamos o los deslegitimamos definitivamente
(lo que en su actual situación de aislamiento internacional seria sencillamente
el principio del fin).
Podemos hacer
eso, o no. En cuyo caso, tendremos una
lamentable repetición del 15 de octubre y del 10 de diciembre, vendrá el
desastre, y los que amamos a Venezuela seguiremos humildemente, tercamente,
contra todo pronóstico, incluso cuando no haya esperanza, trabajando para
recuperar y construir esa esperanza.
Pasará, pues, lo
que tenga que pasar. Y en cualquier escenario seguiremos trabajando para
retomar la lucha pacífica, civilista y electoral para derrotar a los
saqueadores violentos, militaristas y tramposos. Ya antes los derrotamos
¡Costará, pero lo volveremos a hacer! ¡Palante!