Columna publicada originalmente el domingo 8 de mayo de 2016 en los diarios La Voz y 2001
I
El régimen no gobierna, y grita y manotea para disimularlo. En la calle la indignación de la gente
estalla en erupciones cada vez más agresivas por la falta de alimentos, por la
falta de medicinas, por el hampa desatada, por la falta de gobierno. El régimen
responde de manera absurda, diciendo que no hay crisis, agrediendo a los únicos
que -como Empresas Polar- si producen alimentos, y afirmando que -gracias a las
menguadas y corruptas importaciones oficiales- “tenemos comida para alimentar
tres países del tamaño de Venezuela”.
Mientras el régimen sigue viéndose a si mismo en la truculenta
programación de la TV oficial, oyéndose sus mentiras y tratando de creérselas,
en la calle la olla de presión social esta a punto de estallar. Antes, el reloj de la bomba del malestar
social hacia “tic tac, tic tac…”; Ahora ese mismo reloj anuncia el paso de los
segundos con el atronador “boom” de la protesta en las colas, de las amenazas
de saqueos, de la rabia de los apagones, del horror de los linchamientos...
II
Pero los tiempos de la política no son los tiempos de la
gente. La Unidad Democrática,
ciertamente, ha logrado avances notables, victorias importantes y ha demostrado
capacidad de defender y ejercer las victorias que logra. Pero el nivel de deterioro de la economía, el
colapso mortal de los servicios y el avance pavoroso de la inseguridad hace que
muchísimos venezolanos estén hoy exigiéndole a la MUD y a la nueva Asamblea
Nacional que le ponga un alto a este desastre. De poco sirve explicar que lo
conquistado hasta ahora por la Unidad es el Poder Legislativo, y que para poner
los correctivos que el país demanda con urgencia hace falta manejar las
palancas del Poder Ejecutivo, y que para lograr eso es imprescindible convocar
una consulta popular, y que a su vez
para hacer esa consulta es necesario activar los mecanismos que, como el
Referendo Revocatorio o la Enmienda Constitucional, aparecen en nuestra Carta
Magna: El hambre entiende poco de esas
razones, el dolor de las familias de los asesinados por el hampa, mucho menos…
III
Lo que esta amenazado, pues, no es la estabilidad de un
gobierno, ni la hegemonía de un partido, ni la ridícula pretensión de un
individuo de ejercer un liderazgo que nunca tuvo. Aquí lo que esta bajo amenaza es la paz de la
República. Y está amenazada por un régimen que no es capaz de garantizar a los
ciudadanos el acceso a los alimentos, ni a las medicinas, ni al agua potable,
ni a la energía eléctrica… ¡Un gobierno que no es siquiera capaz de garantizar
a sus ciudadanos el derecho a la vida, genera la ira popular! Y esa ira debe
tener cauces pacíficos para expresarse de manera constructiva. Tales cauces
existen. El referendo revocatorio es uno de ellos. Pero el régimen, en su infinita
torpeza, los bloquea. De esta manera llegamos a esta situación insólita: En la Venezuela del 2016, el principal
enemigo de la gobernabilidad democrática… ¡Es el gobierno!
IV
En este choque de poderes, cada lado exhibe precisamente
aquello que no tiene. Pues el verdadero
“conflicto de poderes” que esta planteado en Venezuela no es entre el Poder
Ejecutivo y el Legislativo, o entre el Legislativo y el Judicial. No es ésta,
definitivamente, una disputa entre escritorios y archivadores, entre pareceres
leguleyos y plazos constitucionales.
Aquí lo que esta chocando es EL PODER DE LA GENTE QUE QUIERE CAMBIO, por
un lado, y EL PODER LA CÚPULA LADRONA E INEFICIENTE QUE SE RESISTE A PERDER SUS
PRIVILEGIOS, por otro.
V
La cúpula ladrona es débil, muy débil... pero es eficiente
disimulando esa debilidad: Sus antiguas
fortalezas (un liderazgo carismático que hipnotizaba a las masas, una factura
petrolera que le permitía disimular a punta de billetes su ineficiencia y
corrupción) desaparecieron. Ahora, en
vez de líder tienen a un sujeto que en público se llama a si mismo “becerro”,
para vergüenza hasta de la Vaca
Mariposa; En vez de dinero a
manos llenas tienen el cinismo necesario para seguir viviendo ellos como reyes,
mientras el pueblo no tiene ni con que comer.
Toda esa debilidad la cúpula corrupta intenta compensarla haciendo uso y
abuso de la violencia: Tanto la
violencia institucional que ejercen los burócratas, como la violencia callejera
que ejercen sectores de la fuerza pública y pequeñas células terroristas
integradas por individuos reincidentes en la agresión mercenaria. Ayuno de
pueblo, carente de razones, huérfano de argumentos, el régimen se olvida de la
“democracia participativa y protagónica” y se atrinchera tras los escritorios
del directorio del CNE, tras las togas de la Sala Constitucional del TSJ y tras
las bayonetas del Alto Mando Militar, olvidando que ninguna burocracia, civil o
militar, puede sustituir el perdido favor del pueblo.
VI
A su vez, el país que quiere cambio es fuerte, muy fuerte…
pero todavía no es eficiente exhibiendo y ejerciendo esa fuerza: Su poderío consiste en la amplitud y
profundidad social del apoyo al cambio. Somos
mayoría en todos las regiones del país, en todos los sectores sociales, en
todos los ámbitos políticos, incluyendo a nuestros hermanos de las bases
oficialistas. Pero esa fuerza social,
que se manifestó de manera contundente el 6D y se desparramó como una masiva
inundación cívica el 27A, todavía no se
ve expresada en la actitud de muchos ciudadanos ni en la capacidad organizativa
de la dirección política. Unos y otros,
tras 17 años defendiéndose de un proyecto que se decía mayoritario, no aciertan
aun al ejercerse como la Nueva Mayoría Nacional que ahora somos, y muchos
siguen actuando como el sector acorralado que antes éramos. Ante cada triquiñuela del CNE, ante cada
farsa leguleya del TSJ, algunos reaccionan desde la queja o el temor, en vez de accionar desde la certeza
del poder que tenemos, el poder de la gente, el poder de la calle pacífica,
organizada y contundente.
VII
Que el régimen pretenda ignorar que es minoría, y que la
mayoría democrática no pueda hacerse valer, coloca al país al filo de la
violencia. El único antídoto de la violencia es el diálogo, y el único
“diálogo” posible y deseable es aquel que garantice que esta crisis se resuelva
consultando la opinión del pueblo, para que su dictamen inapelable ratifique la
condición minoritaria del régimen y la certeza mayoritaria del cambio. Para eso,
la violencia oficial debe desactivarse, y la Nueva Mayoría Nacional dará
garantías de que la Venezuela futura no tendrá venganzas ni impunidades, sino
justicia y convivencia. ¡Palante!
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