Columna publicada originalmente el domingo 26 de febrero de 2017 en los diarios La Voz y 2001
Está en el lugar
que no debe, haciendo lo que no sabe, poniendo en entredicho el nombre del
país… ¿Quién es? ¡No! No es Adrián Solano, “esquiador mundialista” y militante
madurista de reciente y lamentable actuación en el Campeonato Mundial de Esquí Lahti 2017,
competencia de nivel olímpico organizada por la Federación Internacional de
Esquí (FIE) en Finlandia. Ese desastre
particular es consecuencia del desastre nacional, y quien quiera encontrar
mayores detalles sobre ese gélido bochorno puede buscar investigaciones
periodísticas serias como las hechas por los portales Caraota Digital (http://www.caraotadigital.net/nacionales/la-oscura-historia-detras-del-esquiador-adrian-solano/) o Runrunes (http://runrun.es/nacional/298836/adrian-solano-o-la-improvisacion-como-carta-de-presentacion-de-un-pais.html). El que sepa leer entre líneas
encontrará allí mucho más que lo que se escribió.
Quien “está en el lugar que no debe, haciendo lo que
no sabe y poniendo en entredicho el nombre del país” es Nicolás Maduro. Esa es la respuesta correcta a la pregunta.
Maduro está en el lugar de alguien que -de acuerdo a la Constitución- debe
velar por los intereses de los venezolanos, no de los cubanos de la
nomenklatura castrista. Y esta allí para
gobernar, cosa que no sabe ni le interesa aprender, pues lo que hace desde esa
posición es generar constantemente ingobernabilidad. Y pone en entredicho el
nombre del país a veces asociándolo a circunstancias que de tan ridículas
parecen jocosas, como la de Solano en Finlandia, o con otras tan trágicas y
luctuosas como la presunta vinculación del gobierno venezolano con el origen de
la línea aérea LAMIA, de dolorosa memoria vinculada a la tragedia que acabó con
la vida de 71 personas, entre ellas los integrantes de todo un equipo de
futbol, el Chapecoense de Brasil.
Si los efectos
de estas historias de improvisación, asociadas de diversas maneras al
chavo-madurismo como forma de gobierno y aun como manera de encarar la vida,
han llegado a generar efectos en lugares tan distantes como Cerro Gordo en
Colombia o Lahti en Finlandia, cualquiera puede imaginar el devastador impacto
que esta anticultura y éstas prácticas tienen en la propia Venezuela. Pasada la borrachera de los altos precios del
petróleo, que le daban al régimen capacidad para disimular internamente su
ineficacia y corrupción y también para proyectar una “petrodiplomacia” que en
el exterior comprara indulgencias, el país y el mundo descubren bruscamente la
manera salvaje como “El Proceso” ha venido destruyendo a Venezuela, el país que
hace 25 años era vanguardia de la modernidad en América Latina y refugio
democrático para todos los que en la
región huían de las dictaduras y de las penurias económicas, hoy convertido en
Estado fallido… y en reino del hambre.
Si, del
hambre. No se trata ya de discursos
políticos o de disquisiciones supuestamente técnicas (¿recuerdan, aquellas
peroratas interminables en las que desde el poder se pretendía convencernos de
que algo llamado “el Índice de Gini” revelaba que “Venezuela era el país con
mejor distribución del ingreso en América Latina”?...). Se trata de la realidad, de la vida: En Venezuela hay hambre. Hay hambre en los
barrios… ¡Y también en las urbanizaciones!
Hay hambre en las “invasiones” recientes y en los barrios
consolidados. Hay hambre en los bien
construidos urbanismos de vivienda social levantados entre los años 60 y los 90
por los obreros, técnicos, arquitectos e ingenieros venezolanos del Banco
Obrero y del INAVI, como Caricuao o Casalta, y también la hay en los ya agrietados
desarrollos de la “Gran Misión Vivienda Venezuela” construidos en fecha
reciente no se sabe por quien (porque nadie conoce ni contratos ni montos de
esas negociaciones), como Santa Rosa o Ciudad Caribia. Hay hambre en todas partes. Y rabia también…
El hambre encontró al
fin investigadores objetivos que se atrevieran a reflejarla en indicadores no
maquillados: La Encuesta Nacional de
Condiciones de Vida, ENCOVI, realizada por la Universidad Católica Andrés
Bello, la Universidad Central de Venezuela y la Universidad Simón Bolívar,
transforma en realidad estadística la verdad que el pueblo venezolano padece y
que los números oficiales pretenden ignorar o falsear: 75 % de la muestra encuestada refirió pérdida de
peso no controlado, o sea, perdió peso sin querer en un promedio de 8 kilos y
medio, y en el caso de los más pobres eso llega a más de 9 kilos (esta tragedia
es lo que el régimen intentó convertir en chiste procaz al decir “la dieta de
Maduro te pone duro…”); También revela
la ENCOVI que hay 9,6 millones de venezolanos que come dos o menos comidas al
día, y que esas “comidas” generalmente no contemplan la presencia de proteínas
en sus platos; A 93,3% de los venezolanos el dinero no les alcanza para comprar
comida… La investigación registra al menos una “victoria” para el régimen de
Maduro: Le ganó la competencia a Haití.
Oficialmente, ya somos el país más pobre de América Latina.
“La lengua es castigo
del cuerpo”, reza el viejo refrán. En
efecto, cuando Chávez llegó al poder, allá por 1999, afirmó que en Venezuela
había entonces 80% de pobreza. Mentía, y
lo hacía a conciencia. El sabía, por tener ya en su poder los datos oficiales
del Sistema Estadístico Nacional que en ese tiempo era operado y dirigido
profesionalmente por técnicos solventes, que la pobreza relativa en Venezuela
estaba por el orden del 45 % y, dentro de ella, la pobreza extrema rondaba el
13%. Venezuela llega a superar el 80% de
pobreza es precisamente ahora, 18 años y un millón de millones de dólares
después, tras 14 años de desgobierno de Chávez y 4 años de desastre absoluto de
“su hijo” Maduro. Es ahora, revela la
ENCOVI, cuando el país presenta 82% de pobreza relativa y, dentro de ella, 52%
de pobreza extrema (caso único en el mundo, en que la pobreza extrema supera,
casi duplica, la pobreza moderada o relativa).
Es ahora cuando la realidad supera las peores exageraciones y mentiras
utilizadas en los años 90 por el chavismo y sus aliados mediáticos de entonces
para llegar al poder.
Otra de las mentiras de
entonces superada por las terribles realidades de ahora es aquella leyenda
urbana difundida por el régimen según la cual “en la Cuarta República los
pobres comían Perrarina”. Decir eso siempre fue una falsedad, pues un kilogramo de
alimento concentrado para mascotas siempre fue más costoso que un kilogramo de
arroz para consumo humano, por ejemplo.
Quien hacia esa afirmación o nunca había tenido perro o nunca había
hecho mercado, o probablemente nunca había hecho ninguna de estas dos cosas,
pues ambas conductas implican asumir una responsabilidad y este es un régimen
alérgico a ello. Pero lo que si es
innegable ahora, porque existe suficiente evidencia testimonial y gráfica sobre
esa cruel realidad, es que los pobres y los empobrecidos en la Venezuela
desgobernada por Maduro no están “comiendo perrarina”… ¡Sino comiendo perros!
En efecto, Maduro
reinventó el “Hot Dog”. Ya no se trata del bocadillo universal, salchicha, pan
y salsas. Ahora es literalmente perro caliente, hervido o asado, desollado en las
calles, convertido por los más pobres en doloroso sustituto del inalcanzable
pollo o de la ya casi olvidada carne de res.
A estos extremos de abyección hemos llegado en la Venezuela desgobernada
por Maduro y su claque. Este es el “vivir viendo” que nos ofrecían. Esta es la
miseria que hay que derrotar, y esos son sus responsables. ¡Palante!
No hay comentarios.:
Publicar un comentario