Columna publicada originalmente el domingo 29 de enero de 2017 en los diarios La Voz y 2001
En lugares con alto nivel de vida, como los países escandinavos, el suicidio es un problema de salud pública que ha merecido el desarrollo de intensos programas de prevención. En lugares como Haití, por el contrario, la acelerada sucesión de tragedias (terremotos, huracanes, epidemias, dictaduras sangrientas sucedidas por gobiernos inestables) hace que seres humanos en la miseria se coloquen en trance de perder la vida por desesperación. Uno y otro motivo son lamentables, terribles. Pero ni en un extremo ni en el otro nadie se ha planteado la insólita posibilidad que enfrentamos los venezolanos: La de, literalmente, matarse por flojera…
EL
RÉGIMEN EMPUJA LA VIOLENCIA PORQUE NO PARE UNA IDEA…
¡Si,
por flojera! Un excelente ejemplo es lo
que hace (y sobre todo lo que deja de hacer) el régimen presidido en Venezuela
por Maduro. La situación que
confronta ese proyecto político es dramática y trágica, pero no es ni original ni
inédita: Han tenido una estadía en el poder exageradamente larga, a lo largo de la cual se produjo la bonanza
petrolera más prolongada y alta de nuestra historia, y durante la misma el
gobierno controló de manera omnímoda todas las palancas del poder, sin contrapeso
alguno. Por esas razones durante estos
17 años el viejo problema de la corrupción se transformó en saqueo masivo, las
violaciones de derechos humanos se volvieron moneda frecuente y el abuso de
poder se convirtió en parte del paisaje.
Cuando
termina la bonanza petrolera que permitía ocultar toda la ineptitud, y cuando
fallece el caudillo cuyo liderazgo carismático convertía en entretenido
espectáculo televisivo todo el abuso, el régimen sabe que su fin se acerca. Y
aunque después del 6D del 2015 es evidente que está derrotado políticamente y
con un apoyo popular francamente minoritario, el régimen cuenta aun con
suficientes instrumentos para HACER POLÍTICA y, de esa manera, promover una
transición en paz donde ellos puedan obtener amplias garantías de respeto a sus
derechos constitucionales. Controlan en
efecto lo que queda de la economía (el menguado ingreso petrolero), controlan
la violencia legal e ilegal (los cuerpos de seguridad del Estado y los
paramilitares oficialistas mal llamados “colectivos”) y controlan toda la
burocracia (con lo que se aseguran que no le pase a Maduro lo que le ocurrió a
Dilma en Brasil o a Nixon en EEUU), poder más que suficiente para promover un
diseño en el que lo inevitable (la pérdida del poder) signifique para ellos un
revés, y no el exterminio o el colapso final.
Todo
eso es verdad, pero hay un detalle: Para
plantearse eso como objetivo y estrategia el régimen tendría que HACER
POLÍTICA, y para eso hace falta tenacidad y talento. En vez de ello la claque gobernante lo que
tiene es prepotencia y flojera.
Por eso en vez de hacer política prefiere reprimir. Esa es la razón por la que el régimen en vez
de cumplir los compromisos contraídos en la Mesa de Diálogo prefiere destruir
ese proceso con su incumplimiento y termina creando un “Comando
Antigolpe”. Esa es la única explicación
real: Ineptitud y, en el fondo, flojera.
OPOSICIÓN:
RADICALISMO CIUDADANO Y FLOJERA DIRIGENTE
En
el caso de la oposición los motivos son distintos pero los resultados son
similares: Tras 17 años de agresiones,
vejámenes y escarnio, hay mucha justa rabia contenida, mucho legítimo dolor
acumulado. Aunque el deterioro
del país ha afectado a todos los venezolanos, no todos han sentido la pérdida
de la calidad de vida con la misma brusquedad:
Para los que siempre han sido pobres se ha agravado lo ya conocido, pero
para la clase media la pérdida de su capacidad de consumo, tanto de bienes
culturales como de alimentos, es una ofensa de data mas reciente, que genera
una indignación fresca y vehemente. Por
cierto, una parte de ese mismo sector social (es decir: una minoría de esa
minoría), es la que tiene acceso mas frecuente a los medios de comunicación
convencionales y sobre todo a las redes sociales, por lo que su opinión pasa
por ser la “opinión pública”.
Y
esa “opinión pública” expresa a través de esos mecanismos su dolor, su
justificada indignación, con honesto sentido de urgencia:
Son los que quieren “salir de esto ya, como sea”; los que desean “que pase de una
vez lo que tenga que pasar, porque nada puede ser peor que esto”; Los que sostienen que cualquier intento de
construir una solución pacífica a este drama es “puro bla bla”, que se explica
sólo por la presunta “falta de bolas” de la dirigencia política. Cuando los resultados electorales y las
encuestas revelan que una determinante mayoría del pueblo venezolano quiere una
solución pacífica a la crisis e incluso que para lograr construir esa solución
pacífica hay que dialogar, entonces parte de esos ciudadanos lanzan en twitter
expresiones como estas: “Claro, por eso es que se merecen lo que tienen”… “por
eso es que no vamos a salir nunca de esta vaina” o, incluso, el ofensivo “este
es un pueblo de cobardes”…
UNA
CONFRONTACIÓN TAN PELIGROSA COMO EVITABLE
Ese
sector de la población tiene un dolor y una rabia justas y legítimas. Pero para lograr un cambio en positivo y
sostenible necesita sumarse a otros sectores de la población para ser mayoría
amplia. Y es allí donde se hace necesaria la existencia de una dirigencia que
HAGA POLITICA de manera profesional y eficiente, una política que logre
articular la radical indignación de los sectores medios con esa determinación
serena (que algunos por desconocimiento confunden con resignación) de los
mayoritarios sectores populares, para con esa mayoría construir una solución
pacífica en vez de promover un desenlace “como sea”.
Si
se hace el trabajo, si esa dirigencia HACE POLÍTICA, con talento, con dirección
colectiva, anteponiendo el bien común a los intereses individuales y a las
agendas particulares, se obtienen victorias como la del 2015, lograda porque
ganamos en Altamira y en Catia, en Guaparo y en Miguel Peña, en Puerto Ordaz y
en San Félix, en la urbanización y en el barrio. Pero si se impone la flojera dirigencial, el
legítimo sentido de urgencia de la clase media desesperada termina generando en
sectores de la clase política opositora un radicalismo hueco y estridente, que
fija plazos que no puede cumplir y decreta “soluciones” que no puede concretar,
generando entusiasmos pasajeros que luego se transforman en decepciones duraderas.
Es de esa manera como la flojera de importantes sectores de
la clase política tanto gubernamental como opositora puede llevarnos a una
confrontación tan peligrosa como evitable. La alternativa es dar orientación política a la calle social
hasta lograr desbloquear la ruta electoral con la movilización pacífica, para
lograr así un Gobierno de Unidad Nacional capaz de instrumentar un Proyecto
de Reconstrucción Nacional que sea respaldado no sólo por los “radicales” de la
oposición, sino por la determinante mayoría de la ciudadanía. Porque, por cierto, esa fue la promesa por la
que votaron los venezolanos en 2015: ¡La
Venezuela Unida! ¡Palante!
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